miércoles, 22 de junio de 2011

Jacques Lacan en Caracas 12/7/1980




(Traducción de Juan Luis Delmont Mauri en « Actas de la reunión sobre la enseñanza de Lacan y el psicoanálisis en América Latina » Editorial Ateneo de Caracas , 1982. Además en Jacques Alain Miller, « Escisión. Excomunión. Disolución., Manantial, Bs.As. 1987, p . 264-267.)




No suelo moverme frecuentemente de lugar.

La prueba es que esperé llegar a los ochenta años para venir a Venezuela.

Vine porque me dijeron que era el lugar propicio para convocar a mis alumnos de América Latina.

¿Son ustedes mis alumnos ? No lo prejuzgo. Porque a mis alumnos suelo educarlos yo mismo.

Esto no da siempre resultados maravillosos.

Ustedes saben del problema que tuve con mi Escuela de Paris. Lo resolví como se debe, tomándolo por la raíz. Quiero decir, arrancando a mi pseudo-Escuela de raíz.

Todo lo obtenido desde entonces me confirma que hice bien. Pero eso es ya historia antigua.

En París acostumbro hablar ante un auditorio donde muchas caras me son conocidas por haber venido a verme a mi casa, 5 rue de Lille, donde está mi práctica.

Ustedes, al parecer , son mis lectores. Sobretodo lo son en tanto que nunca los he visto escucharme.

Entonces, desde luego, tengo curiosidad por lo que puede llegarme de ustedes. Es por ello que les digo: gracias, gracias por haber respondido a mi invitación.

Es un mérito de ustedes, porque mas de uno se ha atravesado en el camino a Caracas. La apariencia, en efecto, indica que esta Reunión molesta a mucha gente, y en particular, a aquellos quienes hacen profesión de representarme sin pedir mi opinión. Entonces, cuando me presento, forzosamente pierden los estribos.

En cambio, tengo que agradecer a quienes tuvieron la idea de la Reunión y, especialmente a Diana Rabinovich. Le asocio con mucho agrado a Carmen Otero y su marido Miguel, en quienes he confiado para todo lo que entraña un congreso como este. Gracias a ellos , me siento aquí como en mi casa.

Vengo aquí antes de lanzar mi Cause freudienne. Como ven mantengo ese adjetivo. Sean ustedes lacanianos, si quieren. Yo soy freudiano.

Por eso creo adecuado decirles algunas palabras acerca del debate que mantengo con Freud, y que no es de ayer.

He aquí: mis tres no son los suyos. Mis tres son el Real, el Simbólico y el Imaginario.[1] Me ví llevado a situarlos en una topología, la del nudo, llamado borromeano. El nudo borromeano pone en evidencia la función del al-menos-tres. Es el que anuda los otros dos desanudados.

Le dí eso a los míos. Se los dí para que se orienten en la práctica. Pero, ¿se orientan mejor que con la tópica legada por Freud a los suyos?

Hay que decirlo: lo que Freud dibujó con su tópica, llamada segunda, adolece de alguna torpeza. Me imagino que era para darse a entender dentro de los bordes de su época.

Pero, ¿no podríamos mas bien sacar provecho de aquello que figura allí, la aproximación a mi nudo?

Considérese el saco fofo que se produce como vínculo del Ello en su artículo llamado: Das Ich und das Es.

Ese saco sería el continente de las pulsiones. ¡Que idea tan estrafalaria la de bosquejar eso así ! Solo se explica por considerar a las pulsiones como bolitas, que han de ser expulsadas sin duda por los orificios del cuerpo una vez ingeridas.

Sobre eso se abrocha un Ego, donde parece preparado el punteado de columnas por contar. Pero eso no lo deja a uno menos entorpecido , pues él mismo se cubre con un bizarro ojo perceptivo, donde para muchos se lee también la mancha germinal de un embrión sobre el vitelo.

Aún no es todo. La caja registradora de algún aparato a la Marey está aquí de complemento. Eso dice mucho acerca de la dificultad de la referencia al Real.

Por último, dos barras sombrean con trazos en su juntura la relación de ese conjunto barroco con el saco de bolitas. He ahí lo que está designado de reprimido.

Esto deja perplejo. Digamos que no es lo mejor que hizo Freud. Hace falta incluso confesar que no favorece la pertinencia del pensamiento que eso pretende traducir.

Qué contraste con la definición que Freud da de las pulsiones, como ligadas a los orificios del cuerpo. Hay aquí una formulación luminosa la cual impone otra figuración que la de aquella botella. Cualquiera sea su tapón.

¿No será mas bien, como me ha ocurrido decirlo, la botella de Klein, sin adentro ni afuera? O aún, sencillamente, ¿porque no el toro?

Me contento con apuntar que el silencio atribuido al Ello como tal, supone el parloteo. El parloteo que la oreja está esperando, la del «deseo indestructible» a traducirse en ella.

Desconcertante es la figura freudiana, al oscilar así del propio campo al Simbólico de eso que la ausculta.

Llama la atención que este enmarañamiento no haya impedido a Freud volver luego a las indicaciones mas notables acerca de la práctica del análisis, y en especial sus construcciones.

¿Debo darme aliento recordando que a mi edad Freud aún no había muerto?

Desde luego, mi nudo no dice todo. Sin lo cual no tendría la oportunidad de repetirme en lo que hay : puesto que no hay, digo, no – todo. No-todo seguramente en el Real, que abordo en mi práctica.

Subrayen que en mi nudo, el Real queda constantemente figurado con la recta infinita, o sea, con el círculo no cerrado que ella supone. Con ello se sostiene que él no pueda ser admitido mas que como no-todo.

Lo sorprendente es que el número no sea dado en lalengua misma. Con lo que vehiculiza de Real.

¿Por qué no admitir que la paz sexual de los animales? si tomo al que dicen ser su rey, el león, radica en que el número no se introduce en su lenguaje, cualquiera que éste sea. Sin duda, el amaestramiento puede dar su apariencia. Pero nada mas que eso.

La paz sexual quiere decir que se sabe qué hacer con el cuerpo del Otro. Pero, ¿quién sabe qué hacer con un cuerpo de parlêtre[2]? ¿Salvo apretarlo mas o menos?

Al Otro, ¿qué se le ocurre decir y siempre que lo quiera ? Dice : «Apriétame fuerte».

Muy fácil para la copulación.

Cualquiera sabe hacerlo mejor. Digo cualquiera – una rana por ejemplo.

Hay una pintura que me baila en la cabeza desde hace tiempo. Logré recordar el nombre de su autor, no sin las dificultades propias de mi edad. Es de Bramantino.[3]

Pues bien, esta pintura está bien hecha para testimoniar de la nostalgia de que una mujer no sea una rana, la cual está puesta patas para arriba en el primer plano del cuadro.

Lo que mas me ha impactado en el cuadro es que la Virgen, la Virgen con el niño, tiene algo así como la sombra de una barba. Con lo cual se parece a su hijo como lo pintan de adulto.

La relación figurada de la Madonna es mas compleja de lo que se piensa. Ella está por lo demás mal soportada.

Eso me preocupa. Pero queda que yo me sitúo mejor que Freud, eso creo, en el Real interesado en lo que hay del inconsciente.

Ya que el goce del cuerpo hace punto al encuentro del inconsciente.[4] De allí mis matemas, que proceden del hecho que el Simbólico sea el lugar del Otro, pero que no haya Otro del Otro.

Se sigue de ello que lo mejor que puede hacer lalengua es demostrarse al servicio del instinto de muerte.

Es una idea de Freud. Es una idea genial. Ello quiere también decir que es una idea grotesca.

Lo mas vivo es que es una idea que se confirma a partir que lalengua no es eficaz mas que pasando al escrito.

Es lo que ha inspirado mis matemas – en la medida en que se puede hablar de inspiración para un trabajo que me costó vigilias donde, que yo sepa, ninguna musa me visitó – pero habrá que creer que eso me divierte.

Freud tenía la idea de que el instinto de muerte se explica por el desplazamiento de la tensión al umbral más bajo tolerado por el cuerpo. Freud lo nombra como un más allá del principio del placer ; es decir, del placer del cuerpo.

Hay que advertir que es sin embrago en Freud el índice de un pensamiento mas delirante que cualquiera de aquellos que yo les he podido participar.

Porque, desde luego, no les digo todo. Ese es mi mérito.

Ya está.

Declaro abierto este Encuentro que versa sobre lo que he enseñado.

Son ustedes con vuestra presencia quienes hacen que haya yo enseñado algo.


[1] Lacan se refirió a sus tres registros diciéndolos en ese orden y como siempre dándoles el carácter de nombres (de ahí la razón de las mayúsculas). El traductor (Delmont-Mauri) había escrito : “lo simbólico, lo imaginario y lo real”, cosa que coloca a los registros en otro orden y además ese “lo” le otorga un carácter de adjetivación o impersonal que no corresponde con la manera de situarlos que tiene Lacan a partir de su promoción en 1953.

[2] Neologismo que se opta por no traducir.

[3] Bartlomeo Guardi, “Bramantino”; (1465-1530), Milano. Discípulo y colaborador de Bramante. El cuadro en cuestión se llama “Madonna con el trono con el niño, entre San Ambrosio y San Miguel”, expuesta en la Biblioteca Ambrosiana, Milano.

[4] Car la jouissance du corps fait point a l’encontre de l’inconscient.

Esta frase tal como Lacan la habría dicho , es turbia incluso para los francoparlantes. Para entenderla, tenemos que acercarnos a expresiones de la misma veta, como “faire butée à”, “faire arrêt à”, y entonces considerar “faire point” literalmente como, que el goce del cuerpo establece un punto (¿de qué? ¿de bloqueo? ) que va en contra del inconsciente. Eso no tiene mucho sentido, y como es tan frecuente en Lacan, hay que buscar alrededor, en las frases de antes y después de ésta, cuál es el sentido general que permite un uso tan neologismático a partir de una mezcla de expresiones “faire point à” y “à l’encontre de” que no se empalman habitualmente (esencialmente porque la primera no existe como tal).Otra suposición posible es que si dijo eso en Caracas, al fin de su periplo borromeano, es que el “punto” de “faire point à” se opone a “línea” o a “superficie”, que el goce del cuerpo constituye algo tan localizado como un punto que va en contra, efectivamente, de la deslocalización permanente de la cadena significante. Eso podría explicar algo del “faire”, porque el imaginario “fait con sistance” hace consistencia, el simbólico “fait trou” hace agujero , y el real… ”ex-siste”. Entonces, en esta serie, tal vez él considera que el goce del cuerpo “hace punto”. Por fin, hay que tener cuidado también con este “à l’encontre de”, porque quiere decir primero “ir en contra”, pero también “ir al encuentro con” y especialmente en la boca tortuosa de este Lacan.

martes, 17 de mayo de 2011

La internet, poesía S.XXI

Parecen hadas, parecen.
Salen de colores de entre la pintura,
un encuentro con Picasso, parecen.

Cada una enloquecida con el arrebato de la vida,
sombra de gato o ave nocturna,
cazadoras de perlas y letras.
Mezcla de cada trazo en pasos de tango,
pasos de salsa, pasos de
alegría perecedera
del deseo,
brillantes combinaciones en diferentes dimensiones,
parábolas oblicuas y el lenguaje.
omega y tanatos manchadas de luz,
un sonido emancipando a la próxima muerte,
contratado, vendido,
pagado,
euros, pesos, dolares,
libras por la red.
Un paraíso de páginas
escritas a caballo galopado de pasiones
revividas en cuerpos de alebrijes,
versos con la espina de fuera y un
suspiro frio,
con el dolor de las muertes pasadas,
escamas caídas de los cuerpos sepultados en el fondo del pasado,
pisadas de futuro con algas y coral,
así las rosas de sus nombres,
ellas.

domingo, 15 de mayo de 2011

Gustav Mahler y su encuentro con Sigmund Freud


Extracto del trabajo Alma y su dolor, presentado en las Jornadas 1998 de la Escuela Freudiana de Buenos Aires. El músico que perdió y recuperó su Alma.


"No me gusta que el mundo deba oír estas canciones tan tristes."

Sólo algunos se casan con su alma. Fue el caso del músico Gustav Mahler, cuyo matrimonio con Alma Shindler respondió a sus experiencias más primitivas, lo mostró en su más soberbia mezquindad y desembocó en un dolor enloquecido. En esa crisis, intervino Freud: fue una sola sesión, inolvidable para ambos.

Gustav Mahler nació en 1860 en Bohemia y murió en 1911 en Viena. En 1879, en Viena, nació Alma Shindler, que habría de ser esposa de célebres artistas: Gustav Mahler, Walter Gropius y Franz Werfel. Su padre, afamado paisajista vienés, marcó con el Fausto de Goethe el alma de la pequeña. Cuando, a los 12 años, quedó huérfana, ya había sido formada con la gracia y la astucia necesarias para moverse en la Viena del 1900.

Adolescente, en plena ebullición de la Nueva Escuela Vienesa de Compositores, los placeres de la música movilizaron su vida. Un largo coqueteo con su maestro Zemlinsky, promovido en sus inicios por Brahms, y una sólida amistad con Schoenberg atesoraron, para Alma, cien canciones y una carta del destino escrita para siempre en la clave de la música.

A los 21 años conoció al director de la Opera Imperial y compositor más destacado de Viena, Gustav Mahler. El, con inusitado interés, se ofreció a oír las canciones compuestas por Alma, pero muy pronto, por escrito, le hizo saber que en su mundo había lugar para un solo compositor. En la superficie pulida de un espejo, la vanidad de Mahler colma en el fantasma la ilusión de ser el amo del objeto. Alma, condenada a un goce ignorado, abrocha el descentramiento de su existencia, reducida a una repetición apagada del deseo de vivir. Decidió que su juventud había terminado y escribió en su diario: Nada ha fructificado en mí: ni mi belleza, ni mi espíritu, ni mi talento.

La resignación de Alma, su sensación de que su marido, concentrado en su propia vida como un fanático, simplemente le ignoraba, fue conmovida por la enfermedad de su hija Marie que, a los cinco años, tras una larga agonía, murió de difteria.

Gustav Mahler, durante esa enfermedad, escapaba, por sentirse incapaz de soportar el sufrimiento de su hija. En el dolor de Alma se erigía para él la fantasmagoría de sus ocho hermanos muertos y la tristeza de su madre, que, como homenaje póstumo, tradujo en Kindertotenlieder, Canciones a la muerte de los niños. Dijo de ellas: No me gusta tener que escribirlas y no me gusta que el mundo tenga que oírlas algún día, ¡son tan tristes!.


Para Sigmund Freud, ningún compositor ha expresado de modo más conmovedor la lucha entre el Eros y la muerte, como se presenta en la especie humana. Tiempo después, mientras Malher se entretenía con la idea de una orquesta propia, Alma, otra vez embarazada, perdía a su bebé. En la tristeza de su duelo, buscó un retiro en Austria y, en los brazos del joven arquitecto Walter Gropius, encontró consuelo. (Recordemos que con él, años más tarde, contrajo matrimonio y tuvo otra hija a quien, en homenaje a la heroína de Puccini, llamaron Manon, y que murió a los 18 años de poliomielitis en Venecia; Alma tuvo otro hijo, extramatrimonial, con el escritor Franz Werfel; este niño también murió, cuando tenía 10 meses.)
Mahler, absorto como siempre en sus composiciones, tuvo que enfrentarse a los hechos cuando el impetuoso amante de Alma envió una carta al señor en vez de la señora Mahler.

Este desliz freudiano le hizo comprender que el amante de Alma le había escrito la carta para pedirle su mano. Ante la certidumbre de un mal irreparable, un dolor enloquecido, testimonio de un fantasma desmoronado, paralizó la escritura de la partitura de su Décima Sinfonía.

Finalmente decidió consultar a Sigmund Freud. En el verano de 1910, éste recibió el telegrama urgente en que le pedía una cita. Freud era muy reacio a interrumpir sus vacaciones, pero no podía negarse a ver a Gustav Mahler. De todos modos, al telegrama original de Mahler le siguió otro que lo anulaba, luego otro pidiendo una nueva cita, y una segunda cancelación.

Mahler sufría de locura de la duda por su neurosis obsesiva y repitió esta actuación tres veces, explica Ernest Jones. Finalmente Freud lo intimó y se encontraron en Leiden. Durante toda una tarde pasearon por la vieja ciudad universitaria mientras Freud realizaba un psicoanálisis de urgencia, condensado en una sesión de un día.

Fue como sacar una viga única de un edificio misterioso, recordaba Freud años después en carta a Theodor Reik: Si doy crédito a las noticias que tengo, conseguí hacer mucho por él en aquel momento. En interesantes expediciones por la historia de su vida, descubrimos sus condiciones personales para el amor... tuve muchas oportunidades de admirar la capacidad psicológica de aquel hombre genial. Reik señaló que la mayoría de los colegas se llevarían las manos a la cabeza por lo poco ortodoxo de una sesión analítica tan maratónica, pero las situaciones y circunstancias extraordinarias exigen medidas extraordinarias.

En aquella sesión de Leiden, Freud le dijo a Mahler que él buscaba una mujer como su madre, pero, además de trabajar sobre cuestiones vinculadas con los nombres de ambas, recortó del objeto un inquietante rasgo: Con una madre tan agobiada por inquietudes, como por un gran dolor, usted desea que su mujer sea igual.

Por fortuna, Alma tenía una fijación complementaria: Ella amaba a su padre y sólo puede elegir y amar a un hombre como usted: su edad, que tanto le preocupa, es precisamente lo que le atrae. No tiene por qué angustiarse.

Años después, Freud recordaba que las experiencias infantiles de Mahler tenían una importancia especial en su neurosis y en su música: Su padre, aparentemente un bruto, trataba muy mal a la madre de Gustav y, cuando éste era pequeño, hubo una escena particularmente dolorosa: el niño no lo pudo soportar y se fue corriendo de la casa; en aquel momento un organillo callejero estaba tocando una popular tonadilla vienesa y desde entonces quedó fijada en su mente la conjunción de la gran tragedia con la frivolidad; un estado de ánimo traía consigo al otro.

La contribución de Mahler a la música clásica era esta polifonía de estados de ánimo. En las variaciones del andante de la Cuarta Sinfonía, Mahler encuentra una melodía que pone en movimiento la sonrisa de Santa Ursula: mientras la escribía, se le aparecía la cara de su madre tal como la recordaba de niño, con profundas marcas de dolor; ella, que había sufrido sin fin, había decidido perdonarlo todo por amor.


Mahler fue al encuentro de su enigma en la ciudad elegida por Freud, Leiden, que en alemán quiere decir sufrimiento. Sufrimiento que entra en el cálculo transferencial del analista, cuando Freud deliberadamente hace recaer en el significante la zona de la cita.

Un año después de su experiencia analítica, Mahler fue llevado en estado agónico a Francia con un diagnóstico de endocarditis incurable y, días después murió, como Beethoven, durante una tormenta.


martes, 22 de marzo de 2011

Éxitos terapéuticos del Psicoanálisis [*] Entrevista al Dr. Sigmund Freud

Esta entrevista, recuperada por Eckart Früh [1], fue publicada el 14 de agosto de 1933 (Neue Freie Presse, n° 24397, p.21) bajo el título "Las neurosis, enfermedades de época". ¿Qué éxitos terapéuticos permite el psicoanálisis?" Por el Prof. Sigmund Freud (extractos de una conversación)". La entrevista esta firmada "N.B." En una carta (del 30 de noviembre de 1989) Eckart Früh recordaba que en mayo de 1933 se había festejado el 10° aniversario del dispensario vienés de psicoanálisis (el Psichoanalytisches Ambulatorium dirigido por Eduard Hitschmann).



Aquel que tiene el honor de entrevistar al Prof. Dr. Freud está fascinado por la extrema tensión intelectual, por la formidable concentración que emanan de este gran sabio que el mundo venera como el inmortal fundador y maestro del psicoanálisis.

Pregunta: ¿En qué consisten las conquistas y posibilidades inmediatas del psicoanálisis?, le pregunté a Sigmund Freud.


Sigmund Freud: "En la terapia de las neurosis y de ciertas psicosis, en ciertos casos de modificación fundamental del carácter, e incluso en ciertas formas de clivajes de concienciaBewutseinspaltung (esquizofrenia)", responde Freud, "los éxitos del psicoanálisis son indiscutibles." Pero sobre todo la impregnación progresiva de la conciencia por el psicoanálisis tiene una importancia fundamental. Se pueden curar tanto problemas psíquicos como disfunciones orgánicas partiendo de los síntomas. Porque todas las manifestaciones del individuo, por ínfimas a incoherentes que parezcan, son síntomas determinados por las causas de su estado y de su enfermedad psíquica.

Pregunta: ¿El psicoanálisis no ha ampliado el campo de las leyes del determinismo hasta las modificaciones más finas de la existencia?


Sigmund Freud: En psicoanálisis se trata menos de explicar el sueño en sí mismo que de desenmascararlo como síntoma y de formar un diagnóstico gracias al sueño. Como es sabido; el enfermo encuentra en el transcurso del análisis la vía que lo reconduce hacia sí mismo.

Se trata de conocer las causas reales de nuestros conflictos, pero también las de los conflictos entre comunidades y pueblos.

Pregunta: Teniendo en cuenta la duración y el costo de un tratamiento, ¿no se podría decir que un muy escaso número de enfermos puede acceder al beneficio de un tratamiento psicoanalítico?


Sigmund Freud: Ciertamente, hay numerosos límites del tratamiento psicoanalítico. Primero que nada las alteraciones orgánicas, pero también el límite de edad, ya que el psiquismo de un hombre que ha pasado sus cincuenta años deviene relativamente coriáceo. En ese caso el material psíquico acumulado a explorar es demasiado para ser abarcado. El tratamiento es, entonces, desde un cierto punto de vista proporcional a la edad; y el problema deviene, con los años, casi insoluble.

La enfermedad como medio de autodefensa

Pregunta: ¿Y la aplastante mayoría de enfermos, los pobres?


Sigmund Freud: Con respecto a los pobres -es realmente triste y espero que no se quiera interpretar mi comentario como cínico -, para los pobres las neurosis no significan solamente una enfermedad, sino también uno de los elementos de la autodefensa en la lucha por la existencia. Hemos tenido muchas veces la experiencia, cuando ejercíamos gratuitamente, de comprobar que los pobres no querían dejarse liberar de su sufrimiento hasta tanto no sobreviniera un cambio en su situación material. Y esto es muy comprensible, ya que deben frecuentemente a su enfermedad ciertas consideraciones que no podrían esperar, en su posición social, de estar sanos. Todos nuestros esfuerzos se dirigen a adquirir y ampliar conocimientos sobre las funciones psíquicas estandarizadas y a preservar, gracias a una profilaxis generalizada, la constitución desde la infancia de los impulsos y fobias reprimidas.

Higiene mental

Pregunta: ¿No hay un cierto peligro de perturbar el desarrollo normal del niño con esta profilaxis?


Sigmund Freud: Una higiene mental que sepa prevenir es, sobre todo durante estos años de crecimiento, tan saludable como la higiene corporal. Incluso en el caso del tratamiento de un niño tan neurótico como Juanito, que he descrito en detalle, la intervención psicoanalítica ha ejercido una influencia favorable sobre su desarrollo psíquico, sin dejar marcas visibles en su recuerdo. Pude convencerme de ello cuando reencontré a Juanito a sus diecinueve años, catorce años más tarde.

Pregunta: ¿Cómo se evita lo arbitrario en la interpretación de recuerdos, asociaciones de ideas, sueños, y de manera general, en todo el tratamiento psicoanalítico?


Sigmund Freud: Las variantes de las formas de manifestación que puede tomar un impulso reprimido en figuras libidinales son infinitas, y las sublimaciones de este impulso engloban, por así decir, la totalidad de las aspiraciones humanas. Se trata para nosotros, como en el caso del sueño, menos de una explicación de una dogmática casuística que de tratar síntomas. El método psicoanalítico es esencialmente dinámico; tenemos en cuenta la gran fineza, de las metamorfosis ininterrumpidas de la libido. De allí resulta el problema candente que yo llamo "transferencia". Una represión de los impulsos cuyo origen el análisis todavía no pudo aclarar. Se trata de efectos siempre prontos a adaptarse, a transformarse según las circunstancias y, en el caso del tratamiento psicoanalítico, a transferirse sobre el médico. La complejidad y la variabilidad de estos factores imponen al médico la necesidad de un control extremadamente estricto de sus investigaciones, en las que lo arbitrario se toma en cuenta.

Pregunta: ¿En qué medida contribuye la crisis mundial al desarrollo de las neurosis, a esta "angustia sexual" frecuentemente evocada?


Sigmund Freud: No soy el autor de esa expresión, que se ha transformado en un slogan que generalmente se atribuye al psicoanálisis. En mi opinión, la "angustia sexual" se atenuó en nuestro continente gracias a la mayor libertad de hábitos desde la guerra. Pero si por un lado hay menos neurosis suscitadas por la represión de los instintos, se constata por otro un recrudecimiento de las neurosis de todo tipo, causadas por la licencia de los instintos. La aspiración de las masas decepcionadas y desanimadas a lo desconocido, a la "aventura" explica muy bien estas neurosis. El psicoanálisis aporta tanta claridad saludable corno la elucidación de ciertas leyes económicas. Vuelve capaces a los hombres que sufren de una mayor resistencia al develarles las causas objetivas de su situación, conteniendo de este modo el miedo torturante de un golpe de suerte o de una "mala suerte" personal.



*Esta Entrevista fue publicada en El Blog de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis, el 13/03/06, por Rosa Ligouri (Madrid).
1-

Eckart Früh, especialista erudito de la cultura y literatura vienesas, reencontró hojeando el diario Neue Freie Presse una entrevista a S. Freud, publicada el 14 de agosto de 1933, de la cual aparentemente se había perdido el rastro.
El interés de este documento es aún mayor ya que, como se sabe, Freud no acordó muchas entrevistas a lo largo de su vida. Se conoce por ejemplo la larga conversación con George Silvester Viereck, del verano de 1926,que trata del sentido y del valor de la vida. Se recuerda también la extravagante Entrevista al Prof. Freud en Viena, por André Breton, testimonio de una decepción y de un malentendido.
La
Neue Freie Presse, recuerda Eckart Früh, había hablado frecuentemente de Freud y del psicoanálisis en términos elogiosos, desde el artículo de Alfred von Berger, Cirugía del alma (Seelenchirurgie), del 2 de diciembre de 1895. Durante los años 20 Stefan Zweig y Alfred von Winterstein publicaron regularmente ecos respetuosos de las actividades del movimiento psicoanalítico y de las publicaciones de Freud. Muchos extractos de los textos de Freud fueron incluso retornados por la Neue Freie Presse:Publicado según versión aparecida en La Revue de Histoire de la Psycoanalyse La traducción más acertada de la expresión "détresse sexuelle" es "angustia sexual", con la aclaración de que se trata de una angustia leve, incierta, cuyas causas están en relación a valores de tipo moral. Sexuelle Not. Se puede ver en esta pregunta del colaborador de la Neue Freie Presse una alusión al libro de Fritz Wittels,Die sexuelle Not, Viena-Leipzig, C. W. Stern, 1909.










martes, 8 de marzo de 2011

Cartas de Sigmund Freud a Wilhelm Fliess

Viena, 31 de mayo de 1897

Te adjunto algunos despojos que la última marea depositó en la playa. Estoy haciendo anotaciones sólo para ti, y espero que me las guardes. No agrego nada como disculpa o explicación: sé que sólo son unas vislumbres, pero de todas estas cosas algo ha salido; sólo he tenido que retractarme de lo que quise sutilizar con el sistema Vrcc. Una vislumbre me dice, empero, como si yo lo supiera ya —pero nada sé—, que próximamente descubriré la fuente de la moral. [. . . ]



No hace mucho soñé con unos sentimientos hipertiernos hacia Mathilde*, pero ella se llamaba Helia, y luego volví a ver «Helia» impreso en negrita frente a mí.



Resolución: Helia se llama una sobrina norteamericana cuyo retrato hemos recibido. Mathilde se podría llamar Helia, ya que no hace mucho lloró amargamente por la derrota de los griegos. Se entusiasma por la mitología de la antigua Hélade y en todos los helenos ve desde luego a unos héroes. El sueño muestra naturalmente mi deseo cumplido de pillar a un padre como causante de la neurosis, y así pone término a mis dudas, que siguen agitándose.



Otra vez soñé que con escasas ropas subo por una escalera, eso anda, como el sueño lo destaca, muy ágil (corazón-¡tranquilizamiento!); pero de pronto noto que una mucama desciende, y ahí aparece el quedarse pegado en el sitio, el estar paralizado, tan frecuente en el sueño. El sentimiento concomitante no era angustia, sino excitación erótica. Ya ves cómo la sensación de parálisis propia del dormir es usada para cumplir un deseo de exhibición. De hecho, la noche previa había subido la escalera desde la vivienda de abajo, y lo hice por lo menos sin cuello, y pensé que podría toparme por la escalera con un vecino.




*
La hija mayor de Freud, que a la sazón tenía 11 años



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Viena, 31 de octubre de 1897



Mi análisis avanza, sigue siendo mi interés principal; todo es todavía oscuro, incluso los problemas, pero a todo esto un sentimiento grato: sólo habría que echar mano a la propia cámara del tesoro para extraer a su tiempo lo que uno necesita. Lo más desagradable son los talantes que a uno le ocultan a menudo por completo toda la realidad efectiva. Tampoco la excitación sexual es ya útil para alguien como yo. Sin embargo, sigo jubiloso con todo ello. En cuanto a los resultados, acabo de entrar en otro período de quietud.



¿Crees que lo que los niños dicen dormidos es parte del soñar? Si lo crees, puedo presentarte el más joven sueño de deseo: Annerl {Anita}, de un año y medio. En Aussse, se la mantuvo a dieta un dia por haber vomitado a la mañana, lo cual se atribuyó a un banquete con fresas. La noche que siguió profiere dormida todo un menú: «Fresas, fresas silvestres, huevos, papilla». Puede que te lo haya narrado ya.


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Viena, 3 de enero de 1899



[. . . ] Primero: he conquistado un pequeño fragmento de autoanálisis, y me corrobora que las fantasías son productos de épocas posteriores, proyectadas hacia atrás, desde el presente respectivo hasta la primera infancia; y el camino por el cual ello acontece ha resultado ser, de nuevo, una conexión-palabra.



A la pregunta por lo que ocurrió en la primera infancia, la respuesta reza: Nada, pero había ahí un germen de moción sexual. La cosa sería linda y redonda para contarla, pero escribirla demandaría medio pliego, y entonces queda para el congreso de Pascuas junto a otras noticias sobre mi historia de juventud.



En segundo lugar: he asido un nuevo elemento psíquico que considero de universal sustantividad y concibo como un grado previo del síntoma (incluso anterior a la fantasía).


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Viena, 4 de enero de 1899



Ayer estaba fatigado y hoy no puedo seguir escribiendo en la dirección intentada, porque la cosa crece. En torno de eso hay algo. Eso despunta. Seguramente en los próximos días se agregará algo más. Te escribiré, pues, cuando se haya vuelto trasparente. Sólo te revelaré que el esquema del sueño es susceptible de la más universal aplicación, que en el sueño reside efectivamente, al mismo tiempo, la clave para la histeria. Ahora comprendo, también, por qué no he concluido [el libro sobre] el sueño, a pesar de mis empeños. Si aguardo un trecho, podré exponer el proceso psíquico en el sueño de suerte que incluya el proceso que sobreviene a raíz de la formación histérica de síntoma. Esperemos, pues.




Estas cartas representan un documento que, como un cuaderno de bitácora, registran la indagaciones, las tribulaciones del autoanálisis, y también la hermosura intelectual del trabajo y la felicidad de los grandes descubrimientos: las cartas de Freud a Wilhelm Fliess (otorrino y biólogo alemán), con quien mantuvo en esos años la amistad más íntima de su vida.

Fuente: "Sigmund Freud. Cartas a Wilhelm Fliess". Amorrortu editores.








jueves, 3 de marzo de 2011

Juan Rulfo a Clara Aparicio

Desde que te conozco, hay un eco en cada rama que repite tu nombre; en las ramas altas, lejanas; en las ramas que están junto a nosotros, se oye. Se oye como si despertáramos de un sueño en el alba. Se respira en las hojas, se mueve como se mueven las gotas del agua. Clara: corazón, rosa, amor...

Junto a tu nombre el dolor es una cosa extraña.

Es una cosa que nos mira y se va, como se va la sangre de una herida; como se va la muerte de la vida. Y la vida se llena con tu nombre: Clara, claridad esclarecida. Yo pondría mi corazón entre tus manos sin que él se rebelara. No tendría ni así de miedo, porque sabría quién lo tomaba. Y un corazón que sabe y que presiente cuál es la mano amiga, manejada por otro corazón, no teme nada. ¿Y qué mejor amparo tendría él, que esas tus manos, Clara?
He aprendido a decir tu nombre mientras duermo. Lo he aprendido a decir entre la noche iluminada. Lo han aprendido ya el árbol y la tarde... y el viento lo ha llevado hasta los montes y lo ha puesto en las espigas de los trigales. Y lo murmura el río...

Clara:
Hoy he sembrado un hueso de durazno en tu nombre


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México, Enero 10 de 1945

Muchachita:
No puedo dejar pasar un día sin pensar en ti. Ayer soñé que tomaba tu carita entre mis manos y te besaba. Fue un dulce y suave sueño. Ayer también me acordé de que aquí habías nacido y bendije esta ciudad por eso, porque te había visto nacer.


No sé lo que está pasando dentro de mí; pero a cada momento siento que hay algo grande y noble por lo que se puede luchar y vivir. Ese algo grande, para mí, lo eres tú. Esto lo he sabido desde hace mucho, más ahora que estoy lejos lo he ratificado y comprendido.


Estuve leyendo hace rato a un tipo que se llama Walt Whitman y encontré una cosa que dice:

El que camina un minuto sin amor,
Camina amortajado hacia su propio funeral.

Y esto me hizo recordar que yo siempre anduve paseando mi amor por todas partes, hasta que te encontré a ti y te lo di enteramente.


Clara, mi madre murió hace 15 años; desde entonces, el único parecido que he encontrado con ella es Clara Aparicio, alguien a quien tú conoces, por lo cual vuelvo a suplicarte le digas me perdone si la quiero como la quiero y lo difícil que es para mí vivir sin ese cariño que ella tiene guardado en su corazón.


Mi madre se llamaba María Vizcaíno y estaba llena de bondad, tanta que su corazón no resintió aquella carga y reventó.


No, no es fácil querer mucho.

Juan


Juan Rulfo fue un escritor mexicano, perteneciente a la generación del 52. Conoció a Clara Aparicio hacia 1941, cuando ella tenía trece años.Las cartas formaron parte de su relación tempranamente, e incluso se puede decir que en los primeros años ésta fue fundamentalmente de carácter epistolar. Cuando apenas se conocen, pero ya Rulfo le ha declarado sus intenciones de casarse con ella, él debe viajar a la capital del país para acompañar a un tío. A través de las cartas el noviazgo se va haciendo una realidad hasta que se casan el 24 de abril de 1948.

jueves, 24 de febrero de 2011

Don Quijote a Dulcinea


Soberana y alta señora:

El herido de punta de ausencia, y el llagado de las telas del corazón, dulcísima Dulcinea del Toboso, te envía la salud que él no tiene. Si tu fermosura me desprecia, si tu valor no es en mi pro, si tus desdenes son en mi afincamiento, maguer que yo sea asaz de sufrido, mal podré sostenerme en esta cuita, que además de ser fuerte es muy duradera. Mi buen escudero Sancho te dará entera relación, ¡oh bella ingrata, amada enemiga mía!, del modo que por tu causa quedo. Si gustares de socorrerme, tuyo soy; y si no, haz lo que te viniere en gusto, que con acabar mi vida habré satisfecho a tu crueldad y a mi deseo.

Tuyo hasta la muerte,

El caballero de la triste figura





martes, 22 de febrero de 2011

Sigmund Freud a Martha Bernays




1893

Novia mía:

Escribes unas cartas tan inefablemente dulces, tan conmovedoramente tiernas, que sólo podría contestarlas como se merecen, con un beso prolongado y abrazándote amorosamente. (...) Martha, no apetezco sino lo que tú ambicionas para ambos porque me doy cuenta de la insignificancia de otros deseos comparados con el hecho de que seas mía. Estoy adormilado y muy triste al pensar que tengo que conformarme con escribirte en vez de besar tus dulces labios.

Devotamente tuyo,

Sigmund

jueves, 17 de febrero de 2011

“No ve la rosa”


RESEÑA DE LA OBRA DE TEATRO N0 VE LA ROSA

Soy asidua consumidora de teatro. Lectora y público, y por otro lado, también indagadora de las enseñanzas de la obra de Miguel Menassa. La adaptación de No ve la Rosa, obra de este autor, por Txiqui Álvarez, me parece acertada en toda su dimensión, y la actuación del propio Txiqui y de Elena Conchello, su partenaire escénica, cautivante. Es lo mejor que he visto en muchos años, junto con el Diario de Adán y Eva, texto adaptado de Marc Twain, donde el gran Miguel Ángel Solá, uno de los gigantes de la escena argentina y universal, desplegaba toda su brillantez teatral. Me llamó mucho la atención que Txiqui nombrara también a Solá como homenaje al principio de esta obra con la que ayer nos sorprendieron tan gratamente estos actores.

Y es cierto, Txiqui tiene una maleabilidad corporal sorprendente que permite emparentarlo más con los actores argentinos que con los españoles, más contenidos, menos expresivos y menos duchos en el despliegue corporal. El escenario sobra, porque lo lleva con él. Es su propio cuerpo. La voz está bien puesta y el cuerpo va detrás de las palabras, y dice lo que ellas dicen, acompaña, no se pelea ni contradice el discurso.

La actuación de Elena está sin duda al nivel. Cuerpo, voz, y la fuerza de la palabra escrita tan bien escogida en esa extensa red de combinaciones de almas y deseo que es el texto de Menassa, No ve la rosa.

Se nos narra una historia de deseos, no de acontecimientos, donde se pone en juego el deseo de Josefina, la protagonista, su deseo de formación como psicoanalista y su deseo de producirse como escritora. Se nos muestra la relación con sus maestros, tanto en psicoanálisis como en el camino de la escritura, nuestra protagonista aparece en escenas cotidianas del ejercicio de sus ocupaciones: escribiendo, atendiendo pacientes, pero lo que mejor ha sido captado en esta obra es la verdadera dimensión del amor, un acto de amor es dar lo que no se tiene a quien no es, la forma más pura del amor es pertenecer a una cadena de formación, hacer de eslabón para que otros puedan hacer su lugar en ese campo del saber, llámese poesía o psicoanálisis. Por eso se plantea en la obra la renuncia al amor carnal entre Josefina y Evaristo, que no son precisamente dos ascetas, que tienen relaciones múltiples con otros hombres y con otras mujeres, pero entre ellos, el amor es a la escritura. Cada cosa ha de estar en su lugar ¿hay acaso un amor más carnal que el amor que hacen entre sí las palabras? ¿hay acaso un amor más subyugante y a la vez más liberador que el sometimiento del escritor a la escritura? Pero todo esto que digo parece muy serio, sí, es una serie la que requiere la formación, tener mayores y menores, pertenecer a una cadena, pero eso no implica desterrar el humor. Me reí y gocé como hace tiempo no me pasaba, porque pocas veces se participa tan intensamente del Goce de los actores, que se notaba que se divertían en escena, que les gustaba lo que hacían, que creían en el discurso que sostiene la obra. La belleza de las palabras me emocionaba, también la belleza de los cuerpos, materia modelable por las palabras. Han captado uno de los corazones de No ve la Rosa, tiene muchos, muchas obras de teatro posibles, esta es una, bellísima, por cierto. Se ha captado el humor, que nos permite escuchar frases imposibles de otra manera. Con humor se habla del maltrato a la mujer, con humor se habla de la infidelidad, de la homosexualidad, del amor, de la poesía, del psicoanálisis. Embaucadora, desde el principio hasta el final, hilarante, tierna, delicada y brutal. Imperdible producción de este siglo veintiúnico. Una llamada a la construcción, a la producción y a la creación, una defensa de una ética, en un mundo donde prevalece la destrucción, la falta de ética y la ausencia de amor. Una historia de amor, de amor humano, de amor con Goce y con deseo, de amor con creación, de amor que rompe la dupla de la pareja convencional (aquella que hace uno de dos), este amor hace de dos, millones. Dejar de verla sería imperdonable.

Alejandra Menassa de Lucia



fuente: http://www.elblogmaravilloso.com/2010/diciembre/teatro.htm



jueves, 10 de febrero de 2011

Premio Goethe. (1930) / Carta
al doctor Alfons Paquet

Premio Goethe. (1930) / Carta
al doctor Alfons Paquet

Sigmund Freud / Obras Completas de Sigmund Freud. Standard Edition.
Ordenamiento de James Strachey / Volumen 21 (1927-31). El porvenir de una
ilusión. El malestar en la cultura y otras obras / Premio Goethe. (1930) / Carta
al doctor Alfons Paquet

Carta al doctor Alfons Paquet

Grundlsee, 3.8.1930

Mi estimado Dr. Paquet:

No he sido halagado por los honores públicos y por eso me habitué a prescindir de ellos. Pero no negaré que la adjudicación del Premio Goethe de la ciudad de Francfort me alegró mucho. Hay algo en él que enciende la fantasía, y una de sus cláusulas disipa la humillación que suele condicionar tales distinciones.

Debo agradecerle en particular su carta, que me ha conmovido y asombrado. Aparte de su amable profundización en el carácter de mí obra, nunca había visto discernidos antes con tanta claridad los secretos propósitos personales de ella, y de buena gana le preguntaría cómo llegó usted a conocerlos.

Con pesar me he enterado, por la carta que usted dirigió a mi hija, de que no lo veré en lo inmediato, y a mi edad toda posposición se vuelve azarosa. Desde luego, recibiré con sumo gusto al caballero (Dr. Michel) cuya visita usted me anuncia.

Por desdicha, no puedo asistir a la celebración en Francfort; mi salud es demasiado frágil para esa empresa. La sociedad no perderá nada con ello, pues sin duda será más agradable ver y escuchar a mi hija Anna que a mí. Leerá algunas palabras que versan sobre las relaciones de Goethe con el psicoanálisis y defienden a los analistas del reproche de faltarle el debido respeto al grande hombre con sus intentos de hacerlo objeto del análisis. Espero se aceptará el giro que he impreso al tema propuesto -mis «íntimos vínculos como hombre e investigador con Goethe»-, y en caso contrarío tenga usted la amabilidad de hacérmelo saber.

Sinceramente suyo, Sigmund Freud

Alocución en la casa de Goethe, en Francfort

El trabajo de mi vida tendió a una sola meta. Observé las más sutiles perturbaciones de la operación anímica en sanos y enfermos, y a partir de tales indicios quise descubrir -o, si ustedes lo prefieren, colegir- cómo está construido el aparato que sirve a esas operaciones, así como las fuerzas que en él producen efectos conjugados o contrarios. Lo que nosotros, yo, mis amigos y colaboradores, pudimos aprender por ese camino nos pareció sustantivo para la edificación de una ciencia del alma que permita comprender los procesos normales y los patológicos como parte de un mismo acontecer natural.

De tal estrechez me sacó la distinción de ustedes, que tanto me ha sorprendido. Al convocar la figura de la gran personalidad universal nacida en esta casa, que vivió su niñez en estas habitaciones, uno es invitado por así decir a justificarse ante ella, a preguntarse por su reacción en caso de que su mirada, atenta a cada innovación de la ciencia, hubiera recaído también sobre el psicoanálisis.

Por la versatilidad de sus intereses, Goethe se pareció a Leonardo da Vinci, el maestro del Renacimiento, artista e investigador como él. Pero las figuras humanas nunca pueden repetirse, y tampoco faltan profundas diferencias entre estos dos grandes. En la naturaleza de Leonardo, el investigador no se compadecía con el artista, lo perturbaba y acaso terminó por ahogarlo. En la vida de Goethe ambas personalidades hallaron sitio una junto a la otra, predominando alternadamente por épocas. En el caso de Leonardo parece posible ligar tal perturbación con aquella inhibición de su desarrollo que apartó su interés de todo lo erótico y, con ello, de la psicología. En este punto, la naturaleza de Goethe pudo desplegarse con mayor libertad.

Yo pienso que Goethe no habría desautorizado al psicoanálisis de manera tan inamistosa como tantos de nuestros contemporáneos. En varios aspectos se le había aproximado, por su propia intelección discernió mucho de lo que luego pudimos corroborar, y numerosas concepciones que nos han valido crítica y burlas son sustentadas por él como algo evidente. Por ejemplo, le resultaba familiar la incomparable intensidad de los primeros lazos afectivos de la criatura humana. En la «Dedicatoria» de su poema Fausto la celebró con palabras que nosotros, los analistas, podríamos repetir para cada análisis:

«De nuevo aparecéis, formas flotantes,

como ya antaño ante mis turbios ojos.


¿Debo intentar ahora reteneros?

y cual vieja leyenda casi extinta la amistad vuelve y el amor primero».

Se explicó la más intensa atracción amorosa que experimentó como hombre maduro prorrumpiéndole a su amada: «¡Ah! Fuiste en tiempos pasados mi hermana o mi mujer». Con ello no ponía en entredicho que esas imperecederas inclinaciones iniciales toman por objeto a personas del propio círculo familiar.

Goethe parafrasea el contenido de la vida onírica con las palabras tan evocativas:

«Lo no sabido por los hombres,


o aquello en lo cual no repararon,


vaga en la noche
por el laberinto del pecho».

Tras la magia de esos versos reconocemos el venerable e indiscutiblemente certero enunciado de Aristóteles de que el soñar es la continuación de nuestra actividad anímica en el estado del dormir, unido al reconocimiento de lo inconciente, que sólo el psicoanálisis añadió. Únicamente el enigma de la desfiguración onírica no encuentra ahí resolución.

En Ifigenia, acaso su poema más sublime, Goethe nos presenta el conmovedor ejemplo de una expiación, de una liberación del alma sufriente de la presión de la culpa, y hace que esa catarsis se consume mediante un apasionado estallido de sentimientos bajo el benéfico influjo de una simpatía amorosa. Y aun él mismo intentó repetidas veces prestar ayuda psíquica, como a aquel desdichado que se menciona bajo el nombre de Kraft en el epistolario, y al profesor Plessing, de quien habla en Campaña en Francia; el procedimiento empleado iba mucho más allá de los métodos de la confesión católica y presentaba, en sus detalles, notables puntos de contacto con la técnica de nuestro psicoanálisis. Comunicaré ahora por extenso un ejemplo de influjo psicoterapéutico, así llamado en broma por Goethe, porque acaso sea poco conocido y, no obstante, es muy característico.

De una carta a Frau von Stein (nº 1444, del 5 de setiembre de 1785):

«Ayer por la tarde llevé a cabo un artificio psicológico. Frau Herder seguía en un estado de tensión del tipo más hipocondríaco a causa de todas las cosas desagradables que le habían ocurrido en CarIsbad. En particular, de parte de quien había sido su compañera en la casa. Le hice referirme y confesarme todo, desaguisados ajenos y faltas propias, con las menores circunstancias que las rodearon y sus consecuencias, y por último la absolví, dándole a entender en broma, bajo esta fórmula, que tales cosas habían quedado deshechas y abismadas en lo profundo del océano. Ello le plugo mucho y quedó realmente curada».

Goethe siempre respetó a Eros, nunca intentó empequeñecer su poder, siguió a sus exteriorizaciones primitivas o aun traviesas con no menor atención que a las sublimadas en extremo y, según me parece, no sostuvo con menor decisión que Platón en una época anterior su unidad esencial a través de todas sus formas de manifestación. Y acaso sea algo más que una casual coincidencia que en Las afinidades electivas aplicase a la vida amorosa una idea tomada del círculo de representaciones de la química, vínculo este que atestigua el nombre mismo del psicoanálisis.

Estoy preparado para recibir el reproche de que nosotros, los analistas, perdimos nuestro derecho a ponernos bajo la adveración de Goethe por haberlo ofendido, haber faltado a la veneración que le es debida intentando aplicarle el análisis, degradando al grande hombre a la condición de objeto de la investigación analítica. Pero, en primer término, yo cuestiono que ello se proponga o signifique una degradación.

Todos los que veneramos a Goethe aceptamos sin mayores protestas los empeños de los biógrafos por conocer su vida a partir de los informes y documentos existentes. Pero, ¿qué nos proporcionan esas biografías? Ni siquiera la mejor y más completa de ellas responde las dos preguntas que parecen las únicas dignas de interés. No esclarecería el enigma de las maravillosas dotes que hacen al artista, y no podría ayudarnos a aprehender mejor el valor y el efecto de sus obras. No obstante, es indudable que una biografía tal satisface en nosotros una intensa necesidad. Bien claro lo sentimos cuando el disfavor de la tradición histórica deniega la satisfacción de esa necesidad, por ejemplo, en el caso de Shakespeare. Es innegable que a todos nos resulta penoso no saber todavía quién fue el autor real de las comedias, tragedias y sonetos de Shakespeare, si lo fue de hecho el indocto hijo del pequeño burgués de Stratford, que alcanzó en Londres una modesta posición como comediante, o más bien Edward. de Veré, decimoséptimo Conde de Oxford, hereditario Lord Great Chamberlain of England, de alta cuna y refinada cultura, apasionado y turbulento, un aristócrata en alguna medida desclasado. Ahora bien, ¿qué justificación tiene semejante necesidad de conocer las circunstancias de la vida de un hombre cuando sus obras han pasado a ser tan significativas para nosotros? Suele decirse que es el afán de obtener también una aproximación humana. Admitámoslo; es entonces la necesidad de conseguir vínculos afectivos con tales hombres, integrarlos en la serie de padres, maestros, modelos que hemos conocido o cuya influencia ya hemos experimentado, con la expectativa de que su personalidad resultará tan grandiosa y digna de admiración como las obras que de ellos poseemos.

Empero, confesemos que entra en juego otro motivo todavía. La justificación del biógrafo contiene también una confesión. El no quiere menoscabar al héroe, sino acercárnoslo; pero ello equivale a disminuir la distancia que nos separa de él, y por lo tanto obra en el sentido de una degradación. Y es inevitable; si queremos averiguar más sobre la vida de un grande hombre nos enteraremos de oportunidades en que no obró de hecho mejor que nosotros, y en que efectivamente se nos aproximó en lo humano. A pesar de ello, creo que declararemos legítimos los empeños de la biografía. Por lo demás, nuestra actitud hacia padres y maestros es ambivalente, pues la veneración que les tenemos oculta en general un componente de rebelión hostil. Es una fatalidad psicológica, no es posible modificarla sin violenta sofocación de la verdad; y no puede menos que hacerse extensiva a nuestra relación con los grandes hombres cuya historia pretendemos investigar.

Cuando el psicoanálisis se pone al servicio de la biografía tiene, desde luego, el derecho de no ser tratado con mayor dureza que ella. Puede proporcionar muchas informaciones que por otra vía no se conseguirían, y mostrar así nuevos nexos en la obra maestra del tejedor que entrama las disposiciones pulsionales, las vivencias y las obras de un artista. Puesto que es una de las funciones principales de nuestro pensar la de dominar psíquicamente el material del mundo exterior, creo que debería agradecerse al psicoanálisis si, aplicado al grande hombre, contribuye a la comprensión de su gran logro. Pero confieso que en el caso de Goethe no hemos conseguido mucho. Ello se debe a que no sólo fue como poeta un gran revelador, sino, a pesar de la multitud de documentos autobiográficos, un cuidadoso ocultador. No podemos dejar de recordar aquí las palabras de Mefistófeles:

«Lo mejor que alcanzas a saber

no puedes decirlo a los muchachos».