martes, 8 de marzo de 2011

Cartas de Sigmund Freud a Wilhelm Fliess

Viena, 31 de mayo de 1897

Te adjunto algunos despojos que la última marea depositó en la playa. Estoy haciendo anotaciones sólo para ti, y espero que me las guardes. No agrego nada como disculpa o explicación: sé que sólo son unas vislumbres, pero de todas estas cosas algo ha salido; sólo he tenido que retractarme de lo que quise sutilizar con el sistema Vrcc. Una vislumbre me dice, empero, como si yo lo supiera ya —pero nada sé—, que próximamente descubriré la fuente de la moral. [. . . ]



No hace mucho soñé con unos sentimientos hipertiernos hacia Mathilde*, pero ella se llamaba Helia, y luego volví a ver «Helia» impreso en negrita frente a mí.



Resolución: Helia se llama una sobrina norteamericana cuyo retrato hemos recibido. Mathilde se podría llamar Helia, ya que no hace mucho lloró amargamente por la derrota de los griegos. Se entusiasma por la mitología de la antigua Hélade y en todos los helenos ve desde luego a unos héroes. El sueño muestra naturalmente mi deseo cumplido de pillar a un padre como causante de la neurosis, y así pone término a mis dudas, que siguen agitándose.



Otra vez soñé que con escasas ropas subo por una escalera, eso anda, como el sueño lo destaca, muy ágil (corazón-¡tranquilizamiento!); pero de pronto noto que una mucama desciende, y ahí aparece el quedarse pegado en el sitio, el estar paralizado, tan frecuente en el sueño. El sentimiento concomitante no era angustia, sino excitación erótica. Ya ves cómo la sensación de parálisis propia del dormir es usada para cumplir un deseo de exhibición. De hecho, la noche previa había subido la escalera desde la vivienda de abajo, y lo hice por lo menos sin cuello, y pensé que podría toparme por la escalera con un vecino.




*
La hija mayor de Freud, que a la sazón tenía 11 años



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Viena, 31 de octubre de 1897



Mi análisis avanza, sigue siendo mi interés principal; todo es todavía oscuro, incluso los problemas, pero a todo esto un sentimiento grato: sólo habría que echar mano a la propia cámara del tesoro para extraer a su tiempo lo que uno necesita. Lo más desagradable son los talantes que a uno le ocultan a menudo por completo toda la realidad efectiva. Tampoco la excitación sexual es ya útil para alguien como yo. Sin embargo, sigo jubiloso con todo ello. En cuanto a los resultados, acabo de entrar en otro período de quietud.



¿Crees que lo que los niños dicen dormidos es parte del soñar? Si lo crees, puedo presentarte el más joven sueño de deseo: Annerl {Anita}, de un año y medio. En Aussse, se la mantuvo a dieta un dia por haber vomitado a la mañana, lo cual se atribuyó a un banquete con fresas. La noche que siguió profiere dormida todo un menú: «Fresas, fresas silvestres, huevos, papilla». Puede que te lo haya narrado ya.


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Viena, 3 de enero de 1899



[. . . ] Primero: he conquistado un pequeño fragmento de autoanálisis, y me corrobora que las fantasías son productos de épocas posteriores, proyectadas hacia atrás, desde el presente respectivo hasta la primera infancia; y el camino por el cual ello acontece ha resultado ser, de nuevo, una conexión-palabra.



A la pregunta por lo que ocurrió en la primera infancia, la respuesta reza: Nada, pero había ahí un germen de moción sexual. La cosa sería linda y redonda para contarla, pero escribirla demandaría medio pliego, y entonces queda para el congreso de Pascuas junto a otras noticias sobre mi historia de juventud.



En segundo lugar: he asido un nuevo elemento psíquico que considero de universal sustantividad y concibo como un grado previo del síntoma (incluso anterior a la fantasía).


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Viena, 4 de enero de 1899



Ayer estaba fatigado y hoy no puedo seguir escribiendo en la dirección intentada, porque la cosa crece. En torno de eso hay algo. Eso despunta. Seguramente en los próximos días se agregará algo más. Te escribiré, pues, cuando se haya vuelto trasparente. Sólo te revelaré que el esquema del sueño es susceptible de la más universal aplicación, que en el sueño reside efectivamente, al mismo tiempo, la clave para la histeria. Ahora comprendo, también, por qué no he concluido [el libro sobre] el sueño, a pesar de mis empeños. Si aguardo un trecho, podré exponer el proceso psíquico en el sueño de suerte que incluya el proceso que sobreviene a raíz de la formación histérica de síntoma. Esperemos, pues.




Estas cartas representan un documento que, como un cuaderno de bitácora, registran la indagaciones, las tribulaciones del autoanálisis, y también la hermosura intelectual del trabajo y la felicidad de los grandes descubrimientos: las cartas de Freud a Wilhelm Fliess (otorrino y biólogo alemán), con quien mantuvo en esos años la amistad más íntima de su vida.

Fuente: "Sigmund Freud. Cartas a Wilhelm Fliess". Amorrortu editores.








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