martes, 25 de enero de 2011

"El cine, instrumento de poesía"


por Luis Buñuel.

Fuente: Buñuel. Iconografía personal, México,
Ed. Fondo de cultura económica, 1988.



El grupo de jóvenes que forman la Direcección de Difusión Cultural se acercó a mí para pedirme una conferencia. Aunque agradecí debidamente la distinción de que me hacían objeto, mi respuesta fue negativa: aparte de que no poseo ninguna de las cualidades que requiere un conferenciante, siento un pudor especial de hablar en público. Fatalmente, el que diserta atrae la atención colectiva de sus oyentes, sintiéndose blanco de sus miradas. En mi caso, no puedo evitar una cierta confusión ante el temor de que puedan creerme un poco, digamos, exhibicionista. Aunque esta idea mía sobre el conferenciante pueda ser exagerada o falsa, el hecho de sentirla como verdadera me obligó a suplicar que mi periodo de exhibición fuera lo más corto posible, y propuse la constitución de una mesa redonda, en la que unos cuantos amigos, pertenecientes a distintas actividades artísticas e intelectuales, pudiéramos discutir en familia alguno de los problemas que atañen al llamado séptimo arte: así, se acordó que el tema fuera el de del "cine como expresión artística", o más concretamente, como instrumento de poesía, con todo lo que esta palabra pueda contener de sentido libertador, de subversión de la realidad, de umbral al mundo maravilloso del subconsciente, de inconformidad con la estrecha sociedad que nos rodea.

Ha dicho Octavio paz: "Basta que un hombre encadenado cierre sus ojos para que pueda hacer estallar el mundo", y yo, parafraseando, agrego: bastaría que el párpado blanco de la pantalla pudiera reflejar la luz que le es propia para que hiciera saltar el universo. Mas por el momento podemos dormir tranquilos, pues la luz cinematográfica está convenientemente dosificada y encadenada. En ninguna de las artes tradicionales existe una desproporción tan grande entre posibilidad y realización como en el cine. Por actuar de una manera directa sobre el espectador, presentándole seres y cosas concretas; por aislarlo, gracias al silencio, a la oscuridad, de lo que pudiéramos llamar su habitat psíquico, el cine es capaz de arrebatarlo como ninguna otra expresión humana. Pero como ninguna otra es capaz de embrutecerlo. Por desgracia, la gran mayoría de los cines actuales parece no tener más misión que ésa: las pantallas hacen gala del vacío moral e intelectual en que prospera el cine, que se limita a imitar la novela o el teatro, con la diferencia de que sus medios son menos ricos para expresar psicologías; repiten hasta el infinito las mismas historias que se cansó de contar el siglo diecinueve y que aún se siguen repitiendo en la novela contemporánea.

Una persona medianamente culta arrojaría con desdén el libro que contuviese alguno de los argumentos que nos relatan las más grandes películas. Sin embargo, sentada cómodamente en la sala a obscuras, deslumbrada por la luz y el movimiento que ejercen un poder casi hipnótico sobre ella, atraída por el interés del rostro humano y los cambios fulgurantes del lugar, esa misma persona casi culta, acepta plácidamente los tópicos más desprestigiados.

El espectador de cine, en virtud de esa clase o de esa especie de inhibición hipnagógica pierde un porcentaje elevado de sus facultades intelectivas. Pondré un ejemplo concreto: la película titulada Detective Story o Antesala del infierno. La estructuración de su argumento es perfecta, el director magnífico, los actores extraordinarios, la realización genial, etc., etc. Pues bien, todo ese talento, todo ese savoir faire, toda la complicación que supone la máquina del film, fue puesta al servicio de una historia estúpida, notable por su bajeza moral. Me viene a la mente aquella máquina extraordinaria del Opus 11, aparato gigantesco, fabricado con el mejor acero, de mil engranajes complicados, tubos, manómetros, cuadrantes, exacto como un reloj, imponente como un trasatlántico, que serviría únicamente para timbrar la correspondencia.

El misterio, elemento esencial de toda obra de arte, falta por lo general en las películas. Ya tienen buen cuidado autores, directores y productores de no turbar nuestra tranquilidad abriendo la ventana maravillosa de la pantalla al mundo liberador de la poesía. Prefieren reflejar en aquélla los temas que pudieran ser continuación de nuestra vida ordinaria, repetir mil veces el mismo drama, hacernos olvidar las penosas horas del trabajo cotidiano. Y todo eso, como es natural, bien sancionado por la moral consuetudinaria, por la ccnsuetudinaria, por la censura gubernamental e internacional, por la religión, presidido por el buen gusto y aderezado con humor blanco y otros prosaicos imperativos de la realidad.

Si deseamos ver buen cine raramente lo encontraremos en las grandes producciones, o en aquellas otras que vienen sancionadas por la crítica y el consenso de los públicos. La historia particular, el drama priva o de un individuo, creo que no puede interesar a nadie digno de vivir en su época; si el espectador se hace partícipe de las alegrías, tristezas o angustias de algún personaje de la pantalla, deberá ser porque ve reflejadas en aquél las alegrías, tristezas o angustias de toda la sociedad, y por tanto las suyas propias. La falta de trabajo, la inseguridad de la vida, el temor a la guerra, la injusticia social, etc., son cosas que, por afectar a todos los hombres de hoy, afectan también al espectador; pero que el señor X no sea feliz en su hogar y se busque una amiga para distraerse, a la que finalmente abandonará para reunirse con su abnegada esposa, es algo moral y edificante, sin duda, pero nos deja completamente indiferentes.

A veces la esencia cinematográfica brota insólitamente de un film anodino, de una comedia bufa o de un burdo folletín. Man Ray ha dicho en una frase llena de significación: "los peores films que haya podido ver, aquellos que me hacen dormir profundamente, contienen siempre cinco minutos maravillosos, y los mejores, los más celebrados, cuentan solamente con cinco minutos que valgan la pena". O sea que tanto los buenos como los malos films, y por encima y a pesar de las intenciones de sus realizadores, la poesía cinematográfica propugna por salir a la superficie y manifestarse.

El cine es un arma maravillosa y peligrosa, si la maneja un espíritu libre. Es el mejor instrumento para expresar el mundo de los sueños, de las emociones, del instinto. El mecanismo productor de imágenes cinematográficas, por su manera de funcionar, es, entre todos los medios de expresión humana, el que más se parece al de la mente del hombre, o mejor aún, el que mejor imita el funcionamiento de la mente en estado de sueño. El film es como una simulación involuntaria del sueño. Bernard Brunius nos hace observar que la noche paulatina que invade la sala equivale al cerrar los ojos: entonces comienza en la pantalla, y en el hombre, la incursión por la noche de la inconsciencia; las imágenes, como en el sueño, aparecen y desaparecen a través de disolvencias y obscurecimientos; el tiempo y el espacio se hacen flexibles, se encogen y alargan a voluntad; el orden cronológico y los valores relativos de duración no responden ya a la realidad; la acción de un círculo es transcurrir en unos minutos o en varios siglos; los movimientos aceleran los retardos.

El cine parece haberse inventado para expresar la vida subconsciente, que tan protundamente penetra, por sus raíces, la poesía; sin embargo casi nunca se la emplea para esos fines. Entre las tendencias modernas del cine, la más conocida es la llamada neorrealista. Sus films presentan ante los ojos del espectador trozos de la vida real, con personajes tomados de la calle e incluso con edificios e interiores auténticos. Salvo excepciones, y cito muy especialmente Ladrón de bicicletas no ha hecho nada el neorrealismo para que resalte en sus films lo que es propio del cine, quiero decir, el misterio y lo fantástico. ¿De qué nos sirve todo ese ropaje de vista si las situaciones, los móviles que animan a los personajes, sus reacciones, los argumentos mismos están calcados de la literatura más sentimental y conformista? La única aportación interesante que nos ha traído, no el neorrealismo, sino Zavattini personalmenté, es la elevación al rango de categoría dramática del acto anodino. En Humberto D., una de las películas más interesantes que ha producido el neorrealismo, una criada de servicio, durante todo un rollo, o sea durante diez minutos, realiza actos que hasta hace poco hubieran podido parecer indignos de la pantalla. Vemos entrar a la sirvienta a la cocina, encender su fogón, poner una olla a calentar, echar repetidas veces un jarro de agua a una línea de hormigas que avanza en formación india hacia las viandas, dar el termómetro a un viejo que se siente febril, etc., etc. A pesar de lo trivial de estas situaciones, esas maniobras se siguen con interés y hasta con suspenso.

El neorrealismo ha introducido en la expresión cinematográfica algunos elementos que enriquecen su lenguaje, pero nada más. La realidad neorrealista es incompleta, oficial; sobre todo, razonable; pero la poesía, el misterio, lo que completa y amplía la realidad tangente, falta en absoluto en sus producciones. Confunde la fantasía irónica con lo fantástico y el humor negro.

"Lo más admirable de lo fantástico" ha dicho Andre Bretón, "es que lo fantástico no existe, todo es real." Hablando con el propio Zavattini hace algún tiempo, expresaba mi inconformidad con el neorrealismo: estábamos comiendo juntos, y el primer ejemplo que se me ocurrió fue el vaso de vino en el que me hallaba bebiendo. Para un neorrealista, le dije, un vaso es un vaso y nada más que eso: veremos como lo sacan del armario, lo llenan de bebida, lo llevan a lavar a la cocina en donde lo rompe la criada, la cual podrá ser despedida de la casa o no, etc. Pero ese mismo vaso contemplado por distintos hombres puede ser mil cosas distintas, porque cada uno de ellos carga de afectividad lo que contempla, y ninguno lo ve tal como es, sino como sus deseos y su estado de ánimo quieren verlo. Yo propugno por un cine que me haga ver esa clase de vasos, porque ese cine me dará una visión integral de la realidad, acrecentará mi conocimiento de las cosas y de los seres y me abrirá el mundo maravilloso de lo desconocido, de lo que no puedo leer en la prensa diaria ni encontrar en la calle.

No crean por cuanto llevo dicho, que sólo propugno por un cine dedicado exclusivamente a la expresión de lo fantástico y del misterio, por un cine escapista, que desdeñoso de nuestra realidad cotidiana pretendiera sumergirnos en el mundo inconsciente del sueño. Aunque muy brevemente, he indicado hace poco la importancia capital que le doy al film que trata sobre los problemas fundamentales del hombre actual, no considerado aisladamente, como caso particular, sino en sus relaciones con los demás hombres. Hago mías las palabras de Engels que define así la función de un novelista (léase para el caso, la de un creador cinematográfico): "el novelista habrá cumplido honradamente cuando, a través de una pintura fiel de las relaciones sociales auténticas, destruya las funciones convencionales, sobre la naturaleza de dichas relaciones, quebrante el optimismo del mundo burgués y obligue a dudar al lector de la perennidad del orden existente, incluso aunque no nos señale directamente una conclusión, incluso aunque no tome partido sensiblemente".

martes, 18 de enero de 2011

"Yo soy el periodista de Lacan"

REPORTAJE AL PSICOANALISTA FRANCES JACQUES-ALAIN MILLER

Jacques-Alain Miller, en su reciente visita a Buenos Aires

Lacan se ubicó allí donde todo se cruza: y el inconsciente es eso. De su paso por el maoísmo; de su encuentro "clásico" con la hija de Jacques Lacan; del posible lugar de los psicofármacos en tratamientos psicoanalíticos; de las "psicosis no desencadenadas", de los lazos entre Borges y Lacan y del "supuesto saber" del presidente electo Fernando de la Rúa: de casi todo habló con Página/12 Jacques-Alain Miller, coordinador general de la Asociación Mundial de Psicoanálisis, en su visita a Buenos Aires.

Por María Esther Gilio.


--Es difícil que pase un año sin que usted venga a Buenos Aires. ¿La razón de estas visitas es sólo trabajo o hay otras que tienen que ver tal vez con la ciudad, con la gente?

--Hubo años en que vine varias veces. Durante el proceso de creación de la Escuela de Orientación Lacaniana, venía cada dos meses. Luego de eso empecé a venir sólo una vez al año. ¿Se sorprende? Argentina es una suerte de capital del mundo analítico. Dalí decía que la estación de Perpignan era el centro del mundo. Buenos Aires es, sin duda, el ombligo del mundo analítico.

--Esta aseveración suya no dejará a nadie indiferente. Usted sabe que en este país es amado y odiado.

--¿Odiado?

--Sí, también. Creo que respecto de usted no hay términos medios. ¿Recuerda la primera vez que vino? Tal vez sería en el ochenta. Una joven psicoanalista vivió en la sala del SHA, donde usted habló, un extraño episodio que parecía provocado por la emoción de su presencia.

--Sí, sí, lo recuerdo bien, pero ¿también odiado? ¿Usted cree? dice, y queda pensativo--.

--Han pasado más de 30 años de los movimientos franceses de los sesenta. Usted tenía veintitantos años y era prochino. ¿Qué esperaba de esa ideología?

--Yo era prochino a comienzos de los sesenta. ¿Qué esperaba? Estábamos en plena Revolución Cultural ÷-dice con aire pensativo--, pero yo era más espontaneísta que maoísta. Había varias corrientes maoístas. Los dogmáticos, los espontaneístas. Yo era espontaneísta.

--Al pasar los años se bajó de ese carro.

--No, yo no me bajé. Me bajaron. Me echaron.

--De cualquier manera no habría sido fácil seguir siendo maoísta con las cosas que luego pasaron en China.

--Mmm..., nunca fui maoísta por amor a lo que pasaba afuera, en China. Para mí el maoísmo era algo para Francia. Algo que tenía que ver con una posición dogmática de fe en la voluntad de rebeldía de lo que se concebía como el pueblo.

--¿Y qué pasó con esa esperanza?

--No se verificó, no se verificó --dice, menos para mí que para sí mismo--.

--No se verificó en Francia.

--No se verificó en ninguna parte. Hablé sobre esto con Lacan en aquel momento. Yo estaba bastante entusiasmado y le explicaba mi interés en aquello que veía. Yo hablaba de la situación general, de los valores. Y de cómo aquellas cosas que hasta el momento parecían inamovibles en la sociedad humana habrían comenzado a moverse o, por lo menos, a mostrar que eran posibles de ser movidas. Yo hablaba de una novedad absoluta. Era como si el sol y los planetas hubieran cambiado de lugar.

--¿Qué dijo él?

--Lacan me escuchó con gran atención y dijo: "Ohhh... bien, pero ¿cuánto tiempo va a durar?". Y ésa era la buena pregunta. Porque si bien hubo una conmoción, lo que en un momento se levantó volvió a caer. Y hoy no sé si hay un país en el mundo donde el capitalismo sea más salvaje que en China. La de Lacan era la buena pregunta, la que había que hacer. La Revolución Rusa fue más larga que la Comuna de París, 70 años, pero ¿qué es en la historia? Apenas un paréntesis.

--¿Cuando ocurrían estas conversaciones con Lacan, ya era novio de su hija?

--Nooo, casado.

--Disculpe una pregunta impertinente. ¿Qué fue primero: la pasión por Lacan o la pasión por la hija?

Jacques-Alain Miller mira hacia la ventana en silencio.

--¿De eso no se puede o no se debe hablar?

--No en términos de pasión. Conocí a la hija en el ámbito del padre, por supuesto. Algo muy clásico.

--Se podría decir que usted llegó al psicoanálisis a partir de la filosofía de Althusser y de Foucault. ¿Piensa que el estudio de estos filósofos lo condujo al estudio de Lacan?

--No, no. Althusser me invitó a leer a Lacan a fin de participar con él en un seminario sobre Lacan. Así fue que leí a Lacan --dice y sonríe--.

--¿Qué está recordando?

--Al poco tiempo Althusser comprobó que yo me había inclinado fuertemente hacia Lacan, lo cual lo disgustó un poco, lo desencantó.

--¿Empezó profundizando en aquellos textos de Lacan más vinculados con la filosofía, Hegel, Marx, lógica moderna?

--No, no. No sería posible leer lo filosófico de esa manera, separadamente. En Lacan no hay una sola trama. No hay una parte filosófica aquí y una clínica allá. Todo está junto y así lo leí.

--Usted trató en los lejanos sesenta de transmitir Lacan de manera que fuera inteligible. Pasó su obra a un lenguaje más comprensible y...

Es evidente que a Jacques Alain Miller no le gusta este juicio sobre su trabajo y, aunque espera pacientemente que termine, su mirada se ha endurecido.

--Aunque... ¿tal vez no sea ésta la mejor manera de expresar lo que hizo?

--Veamos ÷-dice con aire paciente y sereno--. A partir de mi ponencia en el seminario de Althusser cobré fama en el Barrio Latino de que yo entendía a Lacan, cuando todo el mundo estaba convencido de que...

--... era incomprensible.

--No, no de que era incomprensible sino complicado. Eso terminó consolidándome en esa posición.

--En definitiva, que su lectura permitió a mucha gente acercarse al pensamiento de Lacan. ¿Qué quiere decir exactamente cuando en los seminario de Lacan editados después de su muerte usted dice: "Texto establecido por Jacques Alain Miller"?

--En los seminarios reales está la charla de Lacan, que, a pesar de la extensa preparación, es una charla improvisada, con frases inacabadas, palabras repetidas. En fin, está allí la fluidez y la incertidumbre de la palabra oral. Sabe cómo es eso. ¿Qué hará usted con el texto de esta entrevista? Deberá, entre otras cosas, corregir mi castellano.

--Agradezco su castellano con algunos errores y mucha riqueza.

--Usted ya se habrá dado cuenta de que yo soy el periodista de Lacan.

--Es una linda broma ésa. ¿Qué diría usted sobre las diferencias entre la clínica en tiempos de Freud y la clínica de hoy?

--No conozco todo lo producido por las escuelas, pero aun así cualquiera puede percibir que algo de la clínica ha cambiado desde Freud. Algunos analistas tienen hoy una suerte de sueño que consiste en pensar que aquella clínica de principios de siglo puede ser suplantada por no sé qué clínica de las neurociencias, que han estado de moda aunque cada día pierden prestigio, por ejemplo en Estados Unidos.

--¿Considera que no tiene valor la neurociencia?

--Tiene su valor, claro. Pero pensar que va a solucionarlo todo... No lo creo.

--¿En qué sentido la neurociencia tendría valor para el analista?, ¿en qué sentido serían beneficiosos los medicamentos?

--Para empezar, los medicamentos están. Están presentes en la vida de la gente. En cuanto al terapeuta, ellos le permiten tener acceso a sujetos psicóticos a quienes, en el pasado, no era posible acercarse. Los medicamentos son formas de anestésicos.

--Que no resuelven el problema. No curan.

--No curan pero, como le dije, permiten trabajar con determinados pacientes. De la misma manera que la anestesia permite hoy trabajar al dentista.

--Ahí tendríamos una diferencia entre la clínica de hoy y la del pasado.

--Otra diferencia con la vieja clínica son las psicosis a las que, entre comillas, llamamos "inclasificables".

--¿Sería lo que también se llama borderline?

--Son formas de psicosis no desencadenadas. Es decir, esas formas no típicas ni francas que hoy llegan a las instituciones de salud mental como no llegaban antes.

--¿No se producían en el pasado, o simplemente no llegaban?

--No llegaban, carecían del carácter espectacular de las grandes psicosis, de aquellas que son las más fácilmente reconocibles como la paranoia. Se trata de psicosis más modestas, no tan manifiestas, cuya identificación no es inmediata porque no son posibles de ser tan fácilmente diferenciadas de la simple neurosis. Podemos decir que esta diferenciación nos ayudó a refinar la clínica.

--No tiene dudas entonces sobre los beneficios que el psicoanálisis puede proporcionar al psicótico.

--Sí, hace muchos años que esto es así. Yo diría que es así a partir de la medicación que pacificó al psicótico permitiéndole el habla. Aun cuando el psicoanálisis en estos casos no pueda desarrollar toda su potencia, es beneficioso para el paciente.

--Hay algunos fenómenos del mundo moderno con los cuales se ha metido poco el psicoanálisis. La televisión, por ejemplo. ¿Qué pasa con la cabeza de la gente a partir de la televisión?

--La televisión anestesia al ser humano. Le permite dormir con los ojos abiertos. No tengo televisión.

--Si pensamos en el psicoanálisis y en su aplicación a individuos de culturas diferentes, ¿son iguales las técnicas que utiliza el analista para trabajar con un paciente de Africa que con un paciente de Berlín? ¿Las técnicas usadas por el analista serán las mismas en uno y otro caso?

--El ministro de Relaciones Exteriores de la República del Congo, marido de quien fue secretaria de Lacan, me ha dicho, unos días antes de venirme, que cada día piensa en lo que ha aprendido de Lacan. El conversa sobre Lacan con el cardenal de Kinshasa, a quien dediqué el último seminario.

--Sí, pero ése no es exactamente un ejemplo de lo que le pregunto. Por lo que usted dice, este hombre está muy vinculado con Francia y a la cultura francesa. Pensaba en alguien más sumergido en su propia cultura. ¿Se juega igual el Edipo, por ejemplo, cuando las culturas son profundamente diferentes?

--La lógica del Edipo es la misma en cualquier cultura aunque los personajes no sean los mismos.

--Es decir que, en aquellas culturas donde el tío ocupa el lugar del padre, ocupa también el rol que aquél tiene dentro de la familia y dentro del mito.

--Exactamente.

--Desde hace un siglo, el psicoanálisis ha pesado más y más en la cultura de Occidente: ¿sería posible pensar cómo habrían sido en este siglo la literatura, la pintura y el cine, por ejemplo, sin esta influencia?

--Pensemos en algún autor no tocado por el psicoanálisis. Creo que Borges, en cierto modo, se presenta como alguien intocado. Pero a la vez no sé si esto es tan exacto, ya que él definía al psicoanálisis como una suerte de ciencia-ficción. Lo cual, en verdad, también se puede decir de su literatura. Por otra parte, Lacan consideraba la obra de Borges como muy resonante con lo que él mismo hacía.

--Quiere decir que encontraba en Borges ecos de su obra. Lo sentía cerca. Qué curioso.

--No tan curioso. La idea borgiana de Pierre Menard reescribiendo el mismo texto cuyo significado van cambiando el tiempo y la historia...

--Podríamos decir que el mismo texto cambia cuando cambia el contexto. Se vuelve otro.

--Claro. Y eso, se puede decir, es la esencia misma de la interpretación analítica.

--¿Qué podría decirnos de la relación psicoanálisis-política?

--El tema de nuestras jornadas no es ajeno a este punto, ya que vamos a hablar de "sujeto supuesto saber", tema que no existe solamente en el análisis, ya que opera también en el campo político. El presidente electo Fernando de la Rúa ÷-esto lo he visto en los periódicos-- tiene fama, precisamente, de haber obtenido un voto de confianza sin develar los puntos fundamentales de su futura política. Es decir que se le supone un saber para hacer las cosas bien. Por otra parte pienso iniciar las jornadas con una frase bíblica atribuida al actual presidente: "El hombre es amo de sus silencios y esclavo de sus palabras". Me gusta ese pensamiento, muy aplicable a la situación que se da en la clínica, donde el analista es el amo de sus silencios mientras el analizado es esclavo de sus palabras.

--¿Qué cree usted que busca quien se somete a un análisis?

--Uy, uy, las respuestas posibles son muchas ya que cada uno buscará cambios diferentes.

--Es decir que hay algo que siempre se busca, un cambio. El cambio es lo común.

--Sí, eso es así, nadie va al análisis con el pedido de quedar tal como es. A veces el cambio que busca es imposible. Por razones que el analista es capaz de ver, aquel cambio deseado no podrá producirse. En este caso, claro, deberá manejar la situación para no permitir que se creen falsas expectativas. No todo se arregla en el análisis. El analista deberá, en esos casos, moderar algunas esperanzas. La edad puede poner límites. El análisis es posible a cualquier edad, pero hay determinados cambios que la edad hace imposibles. Y hay también trastornos que, vaya a saber por qué, la mayoría de las personas creen inmodificables y no lo son.

--¿Por ejemplo?

--La eyaculación precoz es un ejemplo. En definitiva, creo que si algo podemos decir es que nadie ve al analista sino es para obtener un cambio.

--¿Qué piensa sobre la cultura judía y el psicoanálisis? ¿No cree que en esta cultura hubo algo que se abrió al psicoanálisis, como si éste encontrara en ella su ambiente natural?

--¡Eso es una evidencia! El psicoanálisis nació dentro de una tradición de lectura; de desciframiento apasionado del texto sagrado. Lacan decía: "Los judíos saben leer" y ésa fue la conexión más esencial con el psicoanálisis. De cualquier manera, sobre este punto he escuchado los comentarios más diversos e incluso contradictorios. Después de un curso mío sobre Lacan una persona se acercó y me dijo: "Pero Lacan es el Corán". Y otro: "No es posible entender a Lacan si no conocemos la lógica matemática". A un amigo de Roma, que pronunció sus votos de cura, y más tarde eligió una mujer para vivir con ella, lo he oído decir: "Lacan es toda la cultura eclesiástica". Y a otro: "En Lacan, como en la Biblia, está todo".

--¿Qué significan para usted estos comentarios tan diferentes?

--Creo que está aquí la fascinación de Lacan, la cual viene del hecho de que con pocas palabras logra un eco que refiere cosas muy distintas. Para mí significa que él se ubica en el lugar donde todo eso se cruza. Y el inconsciente es eso. El inconsciente es algo como el aleph de Borges, en el cual todo se concentra. Si uno logra ubicarse en su centro, todo se iluminará de otra manera. Yo lo veo así.

martes, 4 de enero de 2011

Entrevista a Jacques Lacan en la televisión belga realizada por Françoise Wolf el 14 de octubre de 1972

Durante la entrevista Lacan señala conceptos básicos del psicoanálisis, y ciertas arbitrariedades que se han cometido en la difusión del psicoanálisis. Françoise Wolf, su entrevistador, recibió la autorización de Jacques Lacan para documentar de manera fílmica la conferencia en Louvain y la entrevista que le realizara el día posterior. Los invitamos a apropiarse del escrito de la misma a través de su lectura, o de propiciarles un nuevo encuentro con ella.

F. Wolf.- Si preguntamos a Lacan qué es el psicoanálisis, es porque creemos que es una de las más prestigiosas figuras del psicoanálisis contemporáneo.

J. Lacan.- El psicoanálisis es algo cuya existencia empieza a ser conocida por mucha gente. No he sido yo quien ha inventado la experiencia analítica. Se ha constituido según sus caminos, sus caminos que no siempre han sido los mejores para llegar derecho a su objetivo. Sin embargo, hay algunas formas en las cuales el psicoanálisis se ha instituido y esas formas −aunque evidentemente de manera artificial, lo que es común en toda suerte de experiencia− han permitido cierta elucidación que concierne a algo que no hace falta decir, que se trata de problemas. Que se trate de malestar es altamente significativo, es evidentemente lo que resulta de la misma experiencia analítica.

El hecho de que un público cada vez más numeroso esté advertido acerca de la posibilidad de tal experiencia es la base a partir de la cual yo tengo algo para decir.

[…]

Yo insisto sobre lo que es evidente, no sólo en una primera inspección, sino en la segunda y en todas las inspecciones posibles, hasta la última. El análisis es una práctica del lenguaje. En el descubrimiento del inconsciente de Freud −basta con abrir uno de sus tres libros, los fundamentales concernientes justamente al descubrimiento del inconsciente−, no hay otra aprehensión lenguajera. Por otro lado la experiencia analítica lo confirma, todo pasa por la palabra, la del analizado o la del analista. Sería extravagante que en relación a este hecho práctico se busque una coartada en alguna construcción accesoria.

F. Wolf.- ¿Cómo define el inconsciente?

J. Lacan.- Yo defino el inconsciente −ha devenido un pequeño barco, en fin−... yo defino el inconsciente estructurado como un lenguaje. Es a partir de ahí que comienzan las preguntas. Cómo es posible el hecho de que estos seres que habitan este lenguaje, que por el vehículo del lenguaje, este hecho se encuentre en todo lo que el análisis descubre en su interior. Cómo es posible que le sean transmitidas condiciones tan dramáticas −hay que decirlo−, el hecho de que dependa de todo aquello que él ha esperado en el mundo y especialmente en el nivel en el que recibió transmisión de ese lenguaje, el lenguaje de la madre. Cómo a través de esto, algo tan esperado, quiero decir dominante, todo su destino puede estar marcado por ello.

Es evidentemente allí donde comienza la exploración, pero la clase de coartada, más o menos pretenciosa, en fin, designada bajo el término de afectos, pero en qué ocasión han podido alguna vez producirse los llamados afectos, es en ocasión de declaraciones más o menos oportunas, es allí donde comienza la experiencia analítica; pero no tomarlo como premisa, que es en el nivel del lenguaje que está el problema, me parecía tanto más difícil de evitar cuanto que no se trata acá de una cuestión teórica sino de una cuestión que arrastra toda la eficacia de la práctica analítica.

[…]

F. Wolf.- ¿Cuál es el rol del analista? ¿Es como dijo usted anoche, el rol de “yo no te lo hago decir”?

J. Lacan.- Sí, en efecto, ayer a la noche yo he dado un ejemplo para volver sensible una dimensión que es ésta que yo expresaba especificando que he dicho “estructurado como un lenguaje”, es decir una lengua particular. Sólo conocemos esto, yo quiero marcar la diferencia, la importancia de esto, que después de todo solo puede habitarse una o muchas, pero no se puede habitar más que en algunas de estas lenguas. Entonces lo que usted me pregunta ahora, si entiendo bien, es cuál es el rol del analista. Precise bien lo que usted quería decir con esto. El rol del analista…

F. Wolf.- En la relación analítica.

J. Lacan.- Y bien…

F. Wolf.- ¿Es de hacer decir o de no hacer decir?

J. Lacan.- Si, es eso, es el famoso “yo no te lo hago decir”. Yo lo ponía como ejemplo de esto que justamente lo especifica, un lenguaje. No se puede jugar sobre la ambigüedad que comparta la expresión “yo no te lo hago decir”, que puede querer decir dos cosas totalmente diferentes en francés: “tú lo has dicho” y, “no soy yo quien te lo ha hecho decir”. Era un ejemplo destinado a mostrar la especificidad de una lengua entre otras y para mostrar que la intervención analítica es típicamente lo que hará siempre uso de este equívoco.

[…]

F. Wolf.- En la experiencia analítica, hay transferencia. ¿Cómo, en tanto que analista, vive usted esto?

J. Lacan.- ¿En tanto que qué?

F. Wolf.- En tanto que analista.

J. Lacan.- Sí, en tanto que analista tengo la experiencia. Ella está siempre, incluso yo he podido constatarla con los analistas más experimentados. Cada vez una sorpresa nueva, y yo no puedo aquí testimoniar lo que me han confesado. Solo agregaría a su testimonio, que no es disminuirla decir que ella está marcada de cierto número de artificios. No es para nada una razón para pensar que la transferencia es artificio. Por supuesto acá muchos analistas se protegerán, porque en verdad, la sorpresa no se da jamás sin provocar un efecto de terror. Protegerse detrás de la motivación de la transferencia por pensar que después de todo no es más que un artificio, es ponerse al abrigo de algo que, se comprende, puede parecer pesado, porque, como Freud no dejó de observarlo, no hay ninguna diferencia entre la transferencia y el amor.

A partir de aquí comienza la cuestión: una situación de artificio puede determinar un orden de sentimiento que parece un orden también elevado en el orden natural del amor, debo agregar, porque la transferencia solo tiene esta forma, tiene también al odio. Pero si el análisis ha demostrado algo, es el profundo y estrecho enlace entre el amor y el odio.

Yo he sido el primero en tratar esta transferencia de manera que motive el orden, el orden elevado de su fenómeno, yo lo he inscrito. En fin, el analista efectivamente, en la experiencia analítica, ocupa un lugar: el sujeto supuesto saber. ¿Cuál es la relación de un sentimiento como el amor con una fórmula del orden del sujeto supuesto saber? Es seguramente lo que es totalmente imposible de explicar, y de hacer sentir en una corta entrevista.

[…]

F. Wolf.- Ciertos psicoanalistas dicen retener la clave de lo normal. ¿No es peligroso?

J. Lacan.- Sí, en fin, es una opinión, en verdad, totalmente destituida. Ningún analista debería autorizarse, bajo ningún punto de vista a hablar de lo normal. Tampoco de lo anormal. El analista, en presencia de una demanda de análisis tiene que ver si es propicia a lo que el proceso analítico se compromete, “zapatero a tu zapato”, en nombre de qué el analista hablaría de una norma cualquiera, de una norma mala, de una norma “macho”[2][1].

[…]

F. Wolff.- Bajo la protección del psicoanálisis, ¿no hay una represión de la libertad?

J. Lacan.- Sí…, estos términos me hacen reír, sí…, yo no hablo jamás de la libertad.

Traducción realizada por:

Olga Mabel Máter – licmater@fibertel.com.ar

Alejandra Freschi – alejandra_freschi@hotmail.com

Referencias

[1] Fuente original en francés: Ecole Lacanienne de Psychanalyse (Francia)

www.ecole-lacanienne.net/documents/1972-10-14a.doc

[2][1] En la siguiente expresión Lacan realiza un juego homofónico entre los términos: “mal” y “mâle”.