Pierre DAIX - ¿Cuáles son esos “desarrollos aberrantes” a los que usted se refiere?
Cuando Freud alude al “corazón del ser”, lo hace para designar un límite de la exploración del inconsciente.
Lo que en la actualidad oscurece el pensamiento analítico es la misma confusión bajo una forma más sorda, porque está recubierta de un barniz “científico”.
La idea del desarrollo surgida de la práctica de los pedagogos, y que se jacta de las apariencias de la observación llamada behaviorista, procura un relleno barato de lo que se trataría de estrechar en su hiancia verdadera: la estructura de las transformaciones [revoluciones, revelaciones?] del deseo, la única susceptible de dar cuenta de sus regresiones.
He aquí una cruda exposición de la cuestión.
Esto supone una crítica de la noción de instinto ya innecesaria, por lo demás, en la actualidad, pero que sólo se impone por el hecho de que una vulgarización grosera y una traducción propiamente deshonesta hacen creer que Freud recurre al instinto, cuando en realidad no se trata propiamente de nada de esto.
Freud aporta bajo el nombre de Trieb algo absolutamente diferente. Desgraciadamente, el término pulsión es totalmente impropio para expresar [dar cuenta de] las resonancias ligadas al empleo en alemán de Trieb.
El Trieb, yo diría, cum grano salis: la deriva, es un verdadero montaje donde lo que es de fuente “orgánica” sólo aparece retomado, incorporado, en una estructura. Es el punto eminente que hay que poner de relieve en relación con este término.
Es aquí, más que nunca, donde la susodicha estructura exige una topología precisa en la cual puedan distinguirse y articularse la demanda y el deseo más allá de la necesidad.
Si él permitió a la sociedad francesa de la postguerra recomponerse, no es este el momento de seguir la discusión, y por lo que se refiere a su pensamiento, es del tipo de pensamiento al que yo no debo nada, sea cual sea el placer, y muy vivo a veces, que puedo experimentar con alguno de sus análisis.
Esto me deja al margen de entrar en esa amalgama –digamos algo fraudulenta– que se quiere hacer de un antisartrismo, y de la que lo menos que se puede decir es que algunos de sus pretendidos partidarios no eran, en el momento del ascenso de Sartre, precisamente unos niños.
Dejemos pues esta ficción librada a su suerte, y limitémonos a lo que liga entre sí a estos conjurados, aún más ridículamente denunciados como cábala de los devotos.
Acabo de decir a qué estructuras calificadas y verificables se refiere mi estructuralismo. Estas no carecen de conexión con las que motivan el estructuralismo de Claude Lévi-Strauss. Pero justamente porque hay ahí referencias, perfectamente reconocibles en su distinción, es claro que Claude Lévi-Strauss y yo sólo estamos unidos por una posición puramente analógica, cada uno en nuestro campo.
No estamos conjurados por la razón de que no podemos mutuamente aportarnos ninguna ayuda, fuera de la de la amistad.
Que de esas referencias a los campos cuya estructura nosotros revelamos, Michel Foucault extraiga su filosofía, esa es otra operación que él prosigue en total independencia y que no compromete a los precedentes, aún cuando uno de ellos, yo mismo, pueda en su seminario encontrar con su presencia ocasión de debatir con él.
El hecho de que Althusser y Roland Barthes encuentren allí sustancia e instrumentos para aclarar sus propios caminos, es simplemente un signo de su apertura y de su acuidad. Puesta a prueba para mi lateral, que sólo extrae sanción de su problemática.
El estructuralismo no es un color, precisamente por razones estructurales, ni ninguna de esas formas de manchas que progresas por difusión.
Por eso me opongo, finalmente, al empleo de ese término del que nada dice que no será desviado para los usos de un humanismo húmedo.
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